La Transformación de Esther (extracto)

 Capitulo 1xx

 

 

[Escrito durante la primera quincena de Octubre de 2020].

 

(13-11-2020 08:49)

 

31-03-2021 17:05


La transformación de Esther

 

No estaba bien, Mario me lo había dicho; aparentaba ser la misma pero cuando creía que nadie la observaba bajaba la guardia y se deshacía de la máscara de desenfado y normalidad con la que se presentaba ante todos. Definitivamente, mi hermana no se había recuperado a dos meses de la separación.

 

Y no era porque lo echase de menos; estaba tan convencida como nosotros de que se había librado de un lastre que le impedía vivir plenamente. «No era consciente del daño que me hacía hasta que se ha ido», me dijo un día. Sin embargo, pasaba el tiempo y no levantaba cabeza, seguía tan hundida como el día que lo vio en el hospital. Aunque disimulaba.

 

Tenía que hacer algo,

Esther venía con frecuencia a casa, a veces el sábado por la mañana y a veces nos acompañaba al vermut con nuestros amigos, después se hacía de rogar, pero acababa comiendo con nosotros o nos íbamos de tapas. Me rompía el corazón dejarla marchar porque tenía la sensación de que esas citas con amigas a las que no ponía nombre no eran sino excusas para no sentirse patética y que, según ella, pudiéramos pasar la tarde tranquilos. Otras veces, la convencíamos y terminaba comiendo en casa, veíamos una peli sentados en el sofá usando los hombros de Mario a modo de mullidos cojines donde reposar y, alguna vez, quedarnos dormidas.

 

No podía seguir así.

 

Tanta cercanía terminó por provocar situaciones violentas. Un viernes después de cenar la convencimos para que se quedase a dormir; Mario propuso jugar a las cartas; estábamos preparando la timba cuando sonó mi móvil, me temí lo que poco después se confirmó; Tomás me reclamaba. Esther no acabó de encajar que, por muy socia que fuera, se organizara una reunión a esas horas de la noche y tuviera que asistir; tal vez no improvisé la coartada con la suficiente agilidad, tal vez no entendió que me tuviera que maquillar y vestir como si fuera a una fiesta, «¿vas a trabajar o te vas de marcha?», bromeó; tal vez las miradas que nos intercambiamos Mario y yo nos delataron. Esther esa noche comenzó a sospechar.

 

La partida fracasó, el ambiente que dejé tras mi marcha no dio para juegos.

 

—¿Y esto pasa a menudo?

 

Mario me contó que no fue fácil mentirle y ese fue su talón de Aquiles.

 

—A veces. Tu hermana tiene ahora mucha más responsabilidad y en ocasiones surgen estas cosas.

 

—Ya; a estas horas, en fin de semana.

 

—Pues sí. Dejemos de jugar; ¿ponemos una película?

 

—¿Y a qué se dedica mi hermana?

 

Me dijo que reaccionó fatal, pero no lo pudo evitar, «es que sentí que lo sabía».

 

—¿A qué se va a dedicar? A lo de siempre.

 

—Joder, ¿qué he dicho? No sé… ¿qué hace ahora?, ¿sigue pasando consulta o está más en cosas de dirección? Cuánto misterio.

 

—Ah, no; sigue, sigue con la consulta, pero también…

 

—Déjalo, ya le preguntaré a ella.

 

—¿Ponemos una película?

 

—No, creo que me voy a acostar.

 

Volví de madrugada, Esther nos tuvo que escuchar cuchichear; ¿Qué reunión de socios dura hasta las seis de la mañana? Tuvo que soportar la cara seria de su cuñada durante el desayuno y sus miradas inquisitivas hasta que no aguantó más.

 

—Parece que la reunión se le fue de las manos.

 

—Eso parece.

 

—La oí llegar, eran las seis, vendría matada.

 

—Bastante.

 

Dejó la servilleta con brusquedad y se levantó.

 

—Voy a vestirme y me marcho.

 

—Te llevo.

 

—No hace falta, cojo el autobús.

 

Mario dejó que se fuera a vestir; entró a verme, pero estaba profundamente dormida, hubiera querido hablar conmigo, pero no quiso despertarme. La esperó, se llevan como hermanos, hizo bien en hablar con ella.

 

—Espera Esther, no te puedes ir así; desde anoche estás enfadada.

 

—No estoy enfadada, estoy preocupada; llevo mucho tiempo preocupada por vosotros, y lo de anoche ha sido ya… no sé qué pensar; cuando cogió la llamada se aceleró, ¿a dónde fue que tuvo que maquillarse y vestirse de esa forma? No me cuentes historias porque no soy idiota, vi como os mirabais.

 

—¡Y qué historia te estás montando tú, eh! Perdona, perdona.

 

—Tienes razón, me estoy metiendo donde no debo.

 

—Lo siento, lo siento —la sujetó tratando de que no siguiera hacia la puerta. —No te vayas así, por favor.

 

—¿Y qué quieres que haga, que me calle y haga como que no veo nada?

 

—Estamos bien, te lo puedo asegurar; tu hermana te lo puede decir; sabes lo mal que lo hemos pasado; pero está superado y ahora estamos mejor que nunca, habla con ella si no me crees.

 

—Siempre te he creído, eres como un hermano para mí.

 

Me levanté a mediodía; la conversación que habían mantenido me terminó de convencer de que tenía que hacer algo para que Esther recuperara su vida y ante todo tenía que acallar sus sospechas. A mitad de semana la llamé y quedamos para comer, escogí un día complicado, el peor para dedicar más de media hora al almuerzo, sin embargo la llevé a un café cerca de la Glorieta de Bilbao con pocas mesas y una carta reducida pero excelente, el único problema es que no solían ser rápidos; como pensaba se nos echó la hora encima y a las tres y cuarto sonó mi teléfono. Atendí la llamada y exagerando la preocupación dije que enseguida estaba allí.

 

—Me temo que no me puedo quedar al postre, tómalo tú porque es una delicia.

 

—Joder, chiqui, ¿siempre es así?

 

—Desde que soy socia la cosa ha cambiado, no tengo horario, es mucha responsabilidad. Venga, te dejo.

 

Pagué la cuenta y cuando ya me iba me detuvo.

 

—No te lo habrá dicho, pero el sábado estuve muy borde con Mario, pobrecito; como te fuiste de esa manera no sé qué pensé.

 

—No te preocupes, eres su hermanita pequeña.

 

Dejé pasar unos días antes de volver a mover ficha; hablé con varias de nuestras amigas y organizamos una noche de chicas; conseguí reunir a varias que no nos veíamos en años, cenamos en un restaurante donde me conocen y no tuvieron inconveniente en reservarme un saloncito a las nueve de la noche aunque no cubríamos el aforo, luego nos fuimos a bailar y cuando empezaron las deserciones las llevé a un pequeño pub que frecuentamos Mario y yo cuando queremos terminar la noche escuchando buena música. Quedábamos cinco pero por el camino perdimos a una y a la primera copa nos quedamos solas las dos.

 

—Qué pasada, hacia un siglo que no me divertía tanto.

 

—Por la próxima. —brindé, chocamos las copas y lo vi; debía de llevar allí desde que llegamos, camuflado en aquel grupo que al llegar nos había mirado a fondo; Gema lo dijo: «Míralos, estos quieren guerra», pero no íbamos a eso, ni siquiera me fijé en ellos, solo me di cuenta de que Esther volvía la cara de vez en cuando; «qué necesitada anda mi hermanita», pensé, pero seguí a lo mío, charlando con una y con otra; hasta que nos quedamos solas y entonces lo vi. Javier, con esa mirada tierna que a veces le sale sin pensar, o pensando tal vez en las cosas que compartimos. A su lado alguien más mostraba interés por nosotras, o más bien miraba a Esther.

 

Tenía que pensar antes de que la situación me arrollase. Le sonreí y se levantó; cuando estuvo cerca ya tenía un plan.

 

—Carmen, qué pequeño es el mundo.

 

—Javier, cómo estás. —se inclinó y nos dimos dos besos—. Esther es… una amiga, Javier es un amigo de un amigo.

 

Me miró y nos entendimos.

 

—Y como dice la canción..,

 

—Siéntate; ¿qué haces por Madrid?

 

—Pues cerrar unas compras para la bodega, visitar a los amigos y firmar un acuerdo con una multinacional… no te quiero aburrir; estaré toda la semana por aquí.

 

—Cómo te gusta esto, te veo mudándote.

 

—No me importaría volver, estuve viviendo aquí muchos años pero ahora el destino me ha devuelto a mi origen.

 

—¿Crees en el destino? —preguntó Esther, reconocí esa mirada sagaz cuando algo le interesa, instintivamente me había puesto en guardia; ¿celos? ¡qué bobada!

 

—El destino se lo labra uno mismo con cada paso que da.

 

—Eso pienso yo—dije antes de darle ocasión a mi hermana—, no hay nada escrito, somos lo que hacemos y lo que dejamos de hacer.

 

—¿Me permitís? —el chico con el que cruzaba miradas Esther se había acercado a nuestra mesa y esperaba que alguien le diera pie a quedarse, Javier hizo las presentaciones, «mi amiga Carmen», bien, y se sentó frente a mi hermana; suelo acertar con la primera impresión que me hago de las personas y la que fui construyendo de Pedro no era mala, me generaba confianza su mirada abierta, la forma de expresarse, su gestualidad; dejó claro desde el principio su interés por Esther y ella parecía encantada, por primera vez en mucho tiempo la veía feliz.

 

Nos cerraban el local y tuvimos que dar por finalizada una velada que no podía haber acabado mejor, hubo insinuación de continuarla pero bastó una mirada a Javier para que cortase el intento.

 

—Podemos seguir otro día, ¿Qué os parece? —propuso Pedro.

 

—Por mí, encantada —saltó una emocionada Esther. Todos estuvimos de acuerdo y Javier y yo quedamos encargados de organizarlo.

 

Tuvimos que esperar algo más de lo previsto porque no conseguimos coordinarnos, lo dejamos para el siguiente viernes después del puente y la espera mereció la pena; Javier había organizado una escapada a una finca cerca de Toledo, íbamos a pasar un fin de semana de ensueño, tan idílico que por un momento llegué a olvidar que estaba hablando con un cliente, yo era su puta y estaba metiendo a mi hermana en un ambiente del que debía alejarla cuanto antes mejor. Lo dejé hablar; habíamos quedado los cuatro para escuchar el plan que nos había preparado, estábamos a martes, quedaba mucha semana por delante y cuando desveló la sorpresa, Esther entró en una de sus crisis explosivas de, cómo lo diría, emocionalidad adolescente retardada. Todo le parecía maravilloso; ¿cazar perdices?, la ilusión de su vida; ¿una capea?, sí, jamás había estado en una, dijo haciendo caso omiso a mis miradas escandalizadas por la traición a nuestro beligerante rechazo de la tauromaquia.

 

—¿Y los gladiadores? —Javier sonrió por mi ocurrencia.

 

—Me da la impresión de que no te gusta mucho el plan.

 

—No quiero ser aguafiestas, pero conmigo no contéis para coger una escopeta, y lo de la capea, sería la primera vez que piso una plaza de toros que no sea para ver un concierto.

 

—No te gustan los toros.

 

—Los toros sí, que los torturen, no.

 

—Vale, podemos hacer otras cosas.

 

—¡Joder, chiqui!

 

—No te reconozco, Esther.

 

—Haya paz, a ver; ideas.

 

Pedro propuso olvidarnos de la capea y hacer rafting, a Javier le pareció demasiado y habló de hacer senderismo y turismo gastronómico. Esther se entusiasmaba con cada nueva propuesta.

 

—Javier, ¿podemos hablar un momento a solas? —le murmuré mientras la parejita discutía los planes. Nos excusamos y fuimos a la barra.

 

—Si es por el dinero no te preocupes; asumo la tarifa que digas, sea cual sea, es todo un fin de semana y sois dos, no hay ninguna pega.

 

—Escúchame; soy una mujer casada, no me puedo arriesgar a pasearme por Toledo contigo en una actitud más o menos cariñosa, no puedo; si quieres podemos pasar el fin de semana en la finca, pero sin salir de allí, no te puedo ofrecer otra cosa.

 

—Lo entiendo, debería haberlo pensado; déjamelo a mí.

 

—¿Sabe Pedro a lo que me dedico?

 

—No, te entendí cuando me presentaste como un amigo.

 

—Así tiene que seguir, por favor. Ah, y mi amiga no se dedica a esto y ni lo sabe ni quiero que se entere; es amiga de la familia.

 

—Descuida.

 

Volvimos a la mesa con unas raciones, seguimos charlando y Javier condujo la conversación de modo que acabó convenciéndonos de que para solo dos días tal vez era mejor aprovechar lo que nos ofrecía la finca: piscina, quads, motos de campo y mucho terreno para explorar. Pedro entendió enseguida el cambio de rumbo y se adaptó; Esther protestó al principio pero estaba en minoría y lo aceptó; como suponía luego me tocó aguantar los reproches y dar explicaciones.

 

—Independientemente de que jamás nos han gustado los toros y de que no me veo disparando una escopeta, ¿te imaginas si alguien me ve en la capea cogida de la mano de Javier, o si se le ocurre algo más, como cogerme por los hombros, o besarme? No puedo permitirme ir de turismo con…

 

—¿Con tu amante?

 

—En mi caso es lo que es, soy una mujer casada, cualquier conocido que me vea con él ya sabes lo que pensará; lo tuyo es diferente.

 

—Lo siento, tienes razón. Tampoco es mal plan. ¿Quads?

 

—Vamos a pasar unos días estupendos, ya lo verás.

 

Esa noche le conté el plan a Mario, ya conocía nuestro encuentro del viernes y no le extrañó.

 

—¿Tú qué vas a hacer?

 

—Hablaré con Elvira, me gustaría llevarla a la Sierra.

 

—Cuidado con los vecinos cotillas.

 

—Me la pela.

 

—¿Te la qué? —exclamé sorprendida.

 

—No sabes la lengua que tiene Elvira.

 

—No me digas esas cosas… —le susurré con mi voz más sugerente.

 

—No le van esos rollos, me temo.

 

—Torres más altas han caído.

 

—Pero que sucia puedes llegar a ser.

 

—¡Quieto, qué haces!

 

…..

 

—Yo volveré el domingo por la tarde. —le dije desde el baño.

 

—Tened cuidado con Esther, no se os vaya a escapar algo.

 

—Ya lo hemos hablado, Javier es muy cuidadoso.

 

—Me preocupa tu hermana, es muy impulsiva, lo mismo se le escapa algún detalle y descubre que sois hermanas.

 

—Ya, tenía que haberlo dicho desde el principio.

 

—¿Vas a poder relajarte con tanta tensión?

 

—Eso no importa, lo que quiero es que Esther pueda volver a ser como era. ¿Sabes?, ese chico, Pedro, me gusta para ella.

 

—¿Además de puta, te has vuelto casamentera?

 

—Estate quieto, me acabo de lavar.

 

—Ah, ¿sí?, a ver…

 

—Eres… ¡déjame!

 

(Continuará)

1 comentario:

  1. Me ya gustado este adelanto aunque me quedo con ganas de leer que ocurre en ese fin de semana

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